RETIRO EN POLA DE LENA

Oviedo, 4 de noviembre de 2014

Queridos hermanos,
Cuando estábamos indefensos el Señor se compadeció de nosotros y lo hizo con verdadero compromiso y generosidad. El Señor nos acompaña y va enriqueciendo nuestra vida con sus dones. Sin embargo, a veces nos creemos autosuficientes y estropeamos su obra. Os invitamos al primer retiro diocesano del curso 2014/2015 con el fin de dejarnos restaurar y volver a encauzar nuestra vida según los planes que Él tiene para nosotros.

Acontecimiento: Retiro diocesano
Lema: ¿Qué ganamos con guardar los mandamientos del Señor? (Malaquías 3,14)
Fecha: sábado 29 y domingo 30 de noviembre
Lugar y Horario
Sábado: de 16:00 a 19:30. Oviedo. Parroquia del Corazón de María.
Domingo: inicio a las 10:00 (si llegamos a las 9:30 podremos saludarnos con calma sin quitar tiempo a las actividades del día). Fin 19:00-19:30. Pola de Lena. Colegio Sagrada Familia – El Pilar.
Enseñanzas a cargo de P. Javier Gay
Comida compartida el domingo.
¡¡Abrazos y bendiciones!!


Aníbal, Carmen B., Isabel, Marcos y Nacho


Retiros Curso 2014/2015

Programación de retiros para el curso 2014/2015



septiembre


28.Convivencia
Octubre
Noviembre
diciembre
12. Asamblea provincial (León). P. Linero

29 y 30. Retiro diocesano 1.
Pola de Lena. P. Javier Gay
11.Servidores Asturias
Enero
Febrero
Marzo
24 y 25. Retiro diocesano 2.
Gijón. P. Juan Antonio (Santiago)
13-15.Retiro de silencio. Latores. P. José Antonio (Las Ermitas)
20-22. ERJ. Gijón.

Abril
Mayo
junio
2-5. Pascua.
18 y 19. Retiro diocesano 3.
Oviedo. Rodrigo Bello-Carmen Zopetti.
19, 20 y 21. Triduo Pentecostés.
24. Pentecostés. León.

Retiro nacional intercesión
5 al 7 en Madrid
11. Servidores Asturias

Asamblea Provincial


Septiembre 2014
Queridos hermanos,
Os convocamos a nuestra segunda asamblea de la provincia eclesiástica de Oviedo bajo el lema “Sirvamos al Señor ardiendo en el Espíritu”. Es tiempo de alabarle juntos porque su amor por nosotros le hace regalarnos su Espíritu y éste nos prepara para servirle sin perder el entusiasmo.

Fecha y horario: 12 de octubre de 10:00 a 20:30
Lugar: Colegio de las Carmelitas de Vedruna. C/ Cardenal Landázuri Nº 6. LEÓN.
Dirigido por: P. Alberto Linero (sacerdote eudista. Colombia)
Inscripción: 15 €. Entregad el dinero a los servidores de vuestro grupo. Ellos ingresarán el dinero de todas las inscripciones en la cuenta ES72 0049 4930 22 2795297227 del Banco Santander (titulares Aníbal López Velázquez, Esther Rodríguez Santos y Carlos González Ajenjo), indicando en el concepto RETIRO PROVINCIAL 2014- “nº de inscripciones”-“nombre del grupo”. Intentad hacer las inscripciones antes del 30 de septiembre.
Los sacerdotes y los niños menores de 10 años no pagan inscripción.
La comida será compartida con lo que llevemos entre todos.
El retiro es abierto a todos los hermanos que quieran asistir, aunque no pertenezcan a ningún grupo de oración. Incluso es una buena ocasión para evangelizar a hermanos que están algo alejados. No dejéis de invitar de parte del Señor.

Además, este año, para aprovechar la presencia y la sabiduría del P. Linero, el sábado por la tarde se celebrará retiro para los servidores (actuales y “posibles”). Empezará a las 16:00 en el mismo lugar de la asamblea. El alojamiento será en habitaciones dobles en el albergue San Francisco con un precio de 15 € con sábanas y toallas (10 € sin ellas) más 6 € la cena y 2 € el desayuno, si se solicitan. Los servidores que queráis asistir avisad a Aníbal (618 84 02 71) antes del 20 de septiembre diciendo qué servicios queréis en el alojamiento.
Muchas bendiciones de parte del Señor.

Mari, Carlos e Isabel

FORMACIÓN


1.   Lo que podemos saber acerca de Dios

Dios es para todos los hombres algo misterioso en el sentido de que no es plenamente conocido y comprendido. Algunas personas, aun teniendo un conocimiento incompleto, dicen haberse encontrado con Él y que continuamente están descubriendo nuevos aspectos de Él. Sin embargo, hay otras que no han tenido esa experiencia y es bueno que nos preguntemos por qué parecen no querer saber nada de Dios.
Cada uno de nosotros podría repasar mentalmente las personas que conoce y que no quieren saber nada de Dios (dedicamos unos minutos a pensar en sus nombres). Analizando la lista de cada uno podríamos llegar a la respuesta a esta pregunta. Así nos encontraríamos con:
-  Personas llenas de prejuicios, conocedoras de todos los tópicos que tratan de ridiculizar o, en el peor de los casos, culpar a Dios de todos los males. “la religión es el opio del pueblo (Karl Marx)”, “a vivir, que son dos días” (como si Dios nos impidiera “vivir” con las normas que nos impone), “con la iglesia hemos topado” (solo se ve los errores cometidos por la Iglesia)…
-  Muchas veces se intenta conocer a Dios a través de lo que dicen y hacen los que parecen ser sus seguidores. Si éstos últimos se comportan de forma “sospechosa”, Dios va perdiendo credibilidad para los observantes. Malas experiencias personales de este tipo provocan rechazo hacia Dios.
-  Otras personas están muy heridas interiormente, principalmente por los que deberían haberles querido más. No pueden comprender que Dios sea padre, que sea bueno, que ame… porque nunca experimentaron nada semejante.

Las personas de estos tres grupos, muchas veces, no se conforman con ser indiferentes sobre la existencia de Dios sino que se esfuerzan por demostrar que no existe. Suelen elaborar razonamientos aparentemente complicados y supuestamente lógicos que, aunque alguien bien preparado podría desmontar, pueden confundir y sembrar la duda en personas menos formadas.
-  Hay otros que tienen una idea más próxima de lo que es Dios, pero lo rechazan porque aceptarle les obligaría a cambiar de vida. Sospechan que tendrían que renunciar a la mentira, a las estafas, al adulterio (como le pasaba a Herodías, que odiaba a Juan bautista porque no dejaba de decirle a Herodes que no debía convivir con ella por ser la mujer de su hermano)…
-  Otras personas no quieren saber nada de Dios porque se consideran capaces de guiar su vida por sí mismas. Su Ego es el centro de su existencia y parecen no necesitar nada más.
-  También los hay fanáticos de alguna ideología que no aceptan nada fuera de ella, están cerrados a cualquier cosa que ponga en duda su esquema mental de las cosas.
Ante estas reflexiones cabe preguntarse, entonces, ¿es realmente posible saber algo y encontrarse con Dios, como algunos dicen haber hecho?
En primer lugar, vamos a intentar razonar si Dios existe, simplemente usando la lógica, aunque de la forma más sencilla posible.
Todas las cosas que existen tienen un origen, una causa. Veamos algunos ejemplos. Yo existo porque mis padres me engendraron; los árboles del parque existen porque una semilla de su especie cayó en esa tierra, bien sea plantada por un hombre o llevada por el viento; las montañas existen porque la corteza terrestre lleva millones de años en continuo movimiento y hubo un momento en que se plegó formando las cordilleras…
Sigamos aumentando el tamaño de las cosas en nuestros ejemplos. El universo, el conjunto de todas las cosas que existen en el tiempo y en el espacio: planetas, estrellas… con todo su contenido), también es una realidad, existe. Por tanto, también tiene que tener un origen, una causa. Esa causa debe ser mayor, diferente al propio universo. Ese origen del todo lo creado es lo que los cristianos llamamos Dios, el creador.
Además, Dios no creó el mundo una vez, en un momento determinado y luego se retiró a descansar. Dios sigue creando. El mundo se mantiene por su voluntad. Es suyo y Él decide en cada momento que siga existiendo.
Una vez que hemos razonado que Dios debe existir surge otra pregunta, ¿cómo es ese creador? ¿Es bueno, cariñoso y comprensivo o es orgulloso, frío, lejano? ¿Qué relación quiere tener con su obra? A las respuestas a estas preguntas ya no podemos llegar solo con nuestro razonamiento. Pero sí hay una respuesta porque Dios ha querido revelarse, darse a conocer. No escogió hacerlo usando luces de neón, ni altavoces gigantes. Lo hace unas veces a través de grandes acontecimientos que nos superan (fenómenos naturales, destinos de los pueblos…) o de forma muy leve, tocando el corazón de una persona.
Sigue siendo cierto que Dios es un misterio y su revelación no es tan evidente como para avasallarnos e imponerse. Diríamos que es suficientemente evidente para que tengamos una mínima certeza inicial que nos lanzará el camino de conocerle cada vez mejor. En este mundo Dios se nos revela a través de un velo que nos permite verlo solo de forma difusa, suficiente para reconocerlo pero no para verlo tal cual es. Si aceptamos su revelación, aunque sea menos clara de lo que a veces quisiéramos, entonces tenemos fe y empezamos una relación con Él a través de la oración.
El diálogo personal con el Señor es uno de los medios que tenemos para descubrirle. Él se revela a todos sus hijos, a nosotros y a todos los hombres de todos los tiempos. Y, entre todos, vamos componiendo una imagen más completa de Dios. El libro que reúne la inmensa mayoría de la revelación de Dios es la Biblia.
En el Antiguo Testamento se narra la acción de Dios con el pueblo de Israel, el que Dios escogió. Este pueblo no tiene nada de especial; Dios podría haber escogido al pueblo japonés o al nigeriano. Lo importante es que hubo un pueblo por medio del cual Dios empezó a darse a conocer. Al principio los hombres temían a Dios. Los restos de las civilizaciones más antiguas muestran que incluso le hacían sacrificios humanos para tenerlo contento. Nada más lejos de la voluntad de Dios. Él fue, poco a poco, mostrando que era un Dios único, bueno, fiel para los que confían en Él. Personas sencillas, reyes, profetas, sacerdotes… todos contribuyeron a dar a conocer cómo era Dios.
Finalmente, Dios se reveló de la forma más clara posible: haciéndose hombre. Jesús es la Palabra definitiva de Dios, la prueba de su amor profundo e incondicional.


2. ¿Por qué el mundo va mal?

2. ¿Por qué el mundo va mal?
¿Cómo nos gustaría que fuera el mundo? Quizá nos gustaría que el hombre es tuviera en armonía con la Naturaleza, que no hubiera dinero (ni toda la corrupción que le acompaña), que no hubiera violencia ni ira, sin delitos ni crímenes y por tanto sin jueces ni jefes, un mundo en el que todos estuviéramos sanos…
¿Puede conseguir el hombre un mundo así? Algunos filósofos pensaron que sí, que el hombre es bueno por naturaleza y, si se empeña de veras, puede conseguir este mundo. De hecho, algunos supusieron que podrían existir tribus primitivas, alejada de nuestras “civilizaciones”, en las que todavía se viviera en este mundo ideal. Entre ellos, algunos incluso se desplazaron en busca de estos paraísos terrenales. Sin embargo, lo que encontraron no era lo esperado. La vida en la tribu era dura porque, además de tener que cazar y pescar para comer, pronto surgían los problemas relacionados con el reparto de bienes; también tenían enfermedades y a veces pocos remedios para superarlas; ellos también se habían impuesto normas y leyes para favorecer la convivencia…
En nuestra sociedad no faltan tampoco personas, o más bien ideologías, que nos ofrecen un mundo mejor organizado, más justo para todos. A lo largo de la historia se han sucedido distintas de estas ideologías, desde el humanismo cristiano, el liberalismo, el marxismo… Y, sin embargo, ninguna de ellas se asienta como definitiva ni nos hace capaces de acabar con los grandes problemas de la humanidad: sigue habiendo hambre, reparto desigual de la riqueza, enfermedades…
El problema no es solo de los otros. También nosotros experimentamos, lo mismo que San Pablo, nuestra propia debilidad. En Rom 7, 15-25 dice “No acabo de comprender yo mi conducta, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Pero, si hago lo que aborrezco, estoy reconociendo que la ley es buena, y que no soy yo quien lo hace, sino la fuerza del pecado que actúa en mí. Y bien sé yo que no hay en mí –es decir, en lo que respecta a mis apetitos desordenados- cosa buena. En efecto, el querer el bien está a mi alcance, pero el hacerlo no. Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco. Y si hago el mal que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino la fuerza del pecado que actúa en mí. Así que descubro la existencia de esta ley: cuando quiero hacer el bien, se me impone el mal. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero experimento en mí otra ley que lucha contra el dictado de mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mí. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, que es portador de la muerte? ¡Tendré que agradecérselo a Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor! Resumiendo, que soy yo mismo quien con la mente sirvo a la ley de Dios y con mis desordenados apetitos vivo esclavo de la ley del pecado”.
Entonces, ¿esto va a ser siempre así? A esta voluntad del hombre de querer organizar el mundo y su propia vida por sí mismo es a lo que la fe llama pecado original o pecado de origen. Incluso cuando, como San Pablo, queremos hacer la voluntad de Dios, experimentamos en nosotros esa llamada del pecado original que tiende a forzarnos a hacer lo que no queremos.
Todos participamos del pecado original. Cuando nacemos todavía no cometimos pecados voluntariamente, pero nacemos en un mundo en el que ese pecado original está presente. Y nosotros contribuiremos a su presencia. Benedicto XVI lo explica muy bien: “todos llevamos dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pensar reflejado en las imágenes del libro del Génesis. Esta gota de veneno la llamamos pecado original. El hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y que solo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de lado; es decir, que solo de ese modo podemos realizar plenamente nuestra libertad. El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte”.
Hay otra imagen que puede ayudarnos a entender mejor el significado del pecado original. Todos sabemos que los aparatos electrónicos vienen acompañados de un libro de instrucciones que explican su funcionamiento. Solo si seguimos esas instrucciones disfrutaremos del servicio que puede hacer el aparato. Algo parecido pasa con las personas. Todas llevamos en nuestro corazón la ley de Dios, las instrucciones de Dios para nuestra plena felicidad. No podemos enfadarnos con Él si decidimos no seguir esas instrucciones y, como consecuencia, nuestra vida se vuelve caótica.
En resumen, es cierto que el pecado original nos sacó del paraíso que Dios había soñado para nosotros. Pero también es cierto que Jesús se hizo hombre para recordarnos las “instrucciones” de Dios y ofrecernos la llave de un nuevo paraíso: el cielo que ya podemos anticipar en este mundo cuando vivimos cogidos de su mano.

3. Jesús, más que solo un hombre

Empezamos este breve (pero sustancioso) tema recordando una historia real que tiene como protagonista al zar ruso Pedro el Grande. Cuando era joven tenía mucho interés en aprender muchas cosas para poder gobernar bien su país cuando llegase el momento. Él pensaba que en su tierra se podrían construir grandes barco, parecidos a los que hacían los holandeses; así que decidió hacerse pasar por un obrero más e ir personalmente a sus astilleros para aprender todos los trucos. Así lo hizo y, gracias a eso, consiguió que Rusia fuera capaz de construir barcos impresionantes.

Dios también tenía planes grandes para su humanidad, la que Él había creado. Pero ya sabemos que el pecado original es el nombre que damos a la primera gran traición del hombre, la causante de todas las demás y del propio sufrimiento del hombre. ¿Qué hizo Dios ante esta situación? Veamos primero que NO hizo (y que nosotros seguramente habríamos hecho):

No se desentendió del problema dejando a la humanidad a la deriva; No castigó a los hombres como merecían por su orgullo y desagradecimiento; No rompió la alianza de amor que habían hecho.
En cambio, Si prestó atención al sufrimiento que venía acompañando al pecado. Y, además, buscó la forma de acercarse para darnos otra oportunidad de que su plan se llevara a cabo. Es decir, Dios se hizo hombre en Jesús de Nazaret, hijo de la joven María.

Cuesta trabajo creer que Jesús, un hombre como tantos otros en la historia, fuera Dios hecho persona. Sus mismos contemporáneos veían que era alguien con quien podían hablar, reír, llorar, comer, cantar… exactamente como cualquier otro hombre. Y, a la vez, veían los milagros que hacía, sentían la fuerza extraordinaria de sus palabras, contemplaron como le torturaron hasta morir y, más tarde, como venció a la temida muerte.
Realmente, no sabían qué pensar. Se necesitaron más de 400 años de reflexión, oración y compartir hasta que en el año 451, en el Concilio de Calcedonia, se llegó a la afirmación que dice que Jesucristo es “a la vez verdadero Dios y verdadero hombre”.
Algunas personas que conocen algunos detalles (más bien pocos) de Jesús no acaban de sentirse identificados con Él porque siguen viéndolo como alguien lejano, incapaz de comprender su sufrimiento. Esas personas pueden estar dolidas por haber pasado, ellos o personas queridas, por enfermedades, marginación, presiones de los compañeros; quizá se sintieron traicionados por los amigos, juzgados injustamente…

Sin embargo, no hay ningún dolor por el que no haya pasado Jesús: Él también estuvo enfermo y en la angustia de la muerte; fue criticado y perseguido; fue traicionado por sus mejores amigos, condenado injustamente y torturado hasta la muerte.

ASAMBLEA - 2014


Retiro de Silencio

Retiro de Silencio. Latores. Febrero 2014

El Señor nos trae para revelarnos nuestra identidad de hijos, de rescatados.
Juan anunció la Verdad: Jesús vendría tras él con Espíritu Santo y fuego. El fuego es luz y calor, no sólo combustión. No basta saber teóricamente qué es el fuego, hemos de experimentarlo. En Pentecostés vinieron lenguas de fuego sobre los apóstoles para hacerlos testigos. En el cenáculo los apóstoles aprendían de María al verla orar, sin necesidad de que explicara con palabras lo que es la oración. De la misma forma, la Renovación no es un movimiento sino un medio por el que se renueva la Iglesia, en el que se convierten las personas. No se espera de nosotros que teoricemos sobre el Espíritu Santo, sino de que experimentemos su acción.
Orar es dejarse amar por Dios. Así recuperamos el ardor de los orígenes. No podemos perder tiempo. La eficacia de nuestra vida está en nuestro grado de docilidad al Espíritu Santo, no importa la edad, la salud, las capacidades… todo el mundo necesita a Dios, aunque no lo sepa. Muchos sólo leerán el Evangelio a través de nuestro comportamiento. Sólo evangelizan de verdad los santos. La santidad es el amor de Dios libre en el corazón. David, cuando era joven, no tenía cualidades para luchar, pero confiaba en Dios. “Contigo, Señor, somos mayoría”. La Iglesia nos ofrece 5 “piedras”, como las que usó David: el silencio, la oración, la confesión frecuente, la Eucaristía y la Palabra de Dios.
El Señor nos confió a cada uno una parte de su viña. Somos Iglesia y tenemos que volver a los orígenes, a Pentecostés. No tenemos nada, pero lo esperamos todo del Señor. La Iglesia señala a Jesús (no el camino a la Iglesia, sino a Jesús).
El Señor está sembrando. Él prepara nuestra tierra. Roturar un campo es difícil, más si fue usado como camino, si lleva mucho tiempo abandonado o si tiene piedras. No pongamos obstáculos quejándonos de nuestras circunstancias. Hemos de desconfiar de nosotros mismos, pero confiar en Dios. Si no confiamos en Dios, seremos personas religiosas, pero no cristianos verdaderos. A veces hay incoherencias en nuestra vida. Muchos nos observan, sobre todo para ver como reaccionamos ante las adversidades cuando, en realidad, las adversidades no son un problema. Recordemos que la santidad de vida es el mejor elemento evangelizador. Volviendo al punto anterior: mis circunstancias, ¿son gracia o problema para mí? Si son gracia, no nos quejemos; si son problema, ¿qué clase de oración hacemos? La gestión de las adversidades es muestra de la calidad de la oración y de la vida espiritual.
Dios se tomó muy en serio nuestra felicidad eterna. María es nuestra madre en la fe. Ella siguió confiando en Dios aun con su hijo muerto en sus brazos. Dios rotura nuestro campo para conseguir nuestra felicidad.
La santidad no es un lujo para unos pocos, es una obligación, una necesidad. La Madre Teresa, anciana, arrugada… mostraba la belleza de Dios: así es la “cosmética del Espíritu”. La santidad es un don que Dios da, es el amor de Dios en el corazón.
En Dios no hay complicación, Él hace fácil lo complicado. El primer trabajo apostólico de la Madre Teresa fue limpiar los baños de un hospital en Rusia. Lo importante no es lo que hacemos sino desde dónde lo hacemos. El gran drama de la Iglesia es la mediocridad de los cristianos. Cuando respondemos mal ante las adversidades nuestras oraciones se convierten en flores de plástico. Dios es providente, poderoso y bueno. La paz viene de Dios, pero tenemos que recibirla.
Los santos de todos los tiempos dicen lo mismo porque es el mismo Espíritu el que los mueve. La falta de confianza nos hace sufrir sin necesidad y confunde a los que nos observan. El dolor humano existe pero, vivido desde Dios, somos capaces de no encerrarnos en él y quedarnos en el sufrimiento.
Hay experiencias espirituales que algunos no pueden entender. Si son humildes, al menos se plantearán un interrogante. No hablamos de una ascética inhumana. La cruz llega sin anestesia, la superamos porque le vemos sentido. No hemos de buscarla, hemos de aceptar lo que el Señor mande.
Contemplemos la oración de Jesús y la de María. Ellos dedicaban tiempo, mucho tiempo. En la oración del Huerto Jesús no es masoquista, pide liberación, pero también pide la voluntad del Padre. No es un inconsciente, sabe lo que le viene encima, pero confía en que el Señor le sacará de esa situación.
La acción de Dios se parece a la de un padre que lleva a su hijo enfermo a ponerse una inyección. Aunque el niño no lo entienda, él sabe que es por su bien.  La oración que lleva a esta confianza debe ser: humilde, confiada, recta (buscando la voluntad de Dios), ordenada (lo primero es que el Señor reine en mí) y con fervor (sin rutina). Además, la oración común da frutos abundantes.
Contemplemos ahora la actuación de María. El Magnificat se fraguó en el sí confiado de María. Vayamos al momento histórico en el que vivió María: una chica joven, de pueblo, con poca cultura, en un momento en que un embarazo fuera del matrimonio se castigaba con la muerte. En esas condiciones, María siguió confiando. Sabía que podrían matarla a pedradas delante de la casa de sus padres. Y dijo SI. Por la falta de confianza hemos convertido la fe en una rutina religiosa. Hoy la Iglesia reconoce que lo importante es que las personas se encuentren con Cristo vivo, es decir, que experimenten un nuevo pentecostés. En la oración intercambiamos nuestra vida con Dios. En realidad, la opción de no confiar es más difícil para nosotros por las consecuencias que tiene. De la oración sale nuestro deseo de tratar bien a todos, pero eso no se improvisa: “lo que pasa en el sótano (de la oración) se proclama en la azotea”.
María no pensó en sí misma y marchó a cuidar a su prima. Su simple saludo propició la efusión del Espíritu Santo en Isabel y su hijo. La santidad de vida, la docilidad al Espíritu es lo eficaz. Así venceremos la frialdad del mundo. Isabel, por acción del Espíritu, tuvo una palabra de conocimiento, descubrió la obra de Dios en María. Cuando uno da una palabra de conocimiento para otros tiene que tener en cuenta: no pensar en sí mismo sino en el Señor y pedir la luz de Dios para que el hermano descubra qué hay en él que le bloquea.
Hay mucha gente que tiene prejuicios contra Dios y contra la Iglesia. En realidad, están rechazando la imagen que les transmitimos de ellos. Cuando transparentamos a Dios conectamos con lo más profundo de muchas personas. Lo primero que la gente necesita es el testimonio de un testigo, como cuando la Virgen saludó a Isabel.
María estuvo en Jerusalén durante la Pasión. Parecía que las promesas de Dios habían desaparecido, pero ella siguió confiando, mantuvo su SI. Igual que en Pentecostés. Allí fue madre del amor, madre de la Iglesia.
El camino del crecimiento espiritual tiene dos ramas: la mística es la apertura al Espíritu Santo; la ascética es la negación de uno mismo. Por ejemplo, si tenemos un cántaro lleno de vinagre y queremos llenarlo de miel hemos de hacer dos cosas: vaciar y lavar el cántaro (esto se hizo en la Pascua) y llenarlo con la miel (esto se hizo en Pentecostés)
El Señor nos hace comprender que nos salvamos en comunidad. El futuro de la Iglesia no será espectacular sino a través de pequeñas comunidades que transparenten al Señor. El mundo enseña que las cosas importantes requieren mucho andamiaje. En cambio, las cosas importantes de Dios son muy sencillas, como en el Nacimiento, en el Calvario o en Pentecostés.
El Señor  busca personas que se sientan pequeñas. Dios se vuelca en los humildes. En el siglo XVI la Virgen (de Guadalupe) se apareció a un indio analfabeto. Por entonces se dudaba si los indios serían animales. El indio Juan Diego de Tepeyac pedía a la Virgen de Guadalupe que se apareciese a otro porque a él no le iban a creer. El manto de la imagen de la Virgen estaba lleno de simbología que entendían los indios. A consecuencia de la ayuda de la Virgen, en 10 años muchos indios se convirtieron al cristianismo. En Lourdes, Bernardette era pequeña, pobre, poco dotada intelectualmente. Y lo mismo pasó en Fátima.
Aprovechemos los cenáculos de nuestros grupos para amar a los hermanos con el amor de Dios. David también fue elegido siendo pobre. Lo cierto es que somos pobres de solemnidad. Para David era más importante Dios que el prestigio del rey. También nosotros hemos de tener predilección por los pobres y humildes.
La Palabra de Dios es Espíritu Santo, sólo llega a un corazón abierto. A Jesús muchos no le entendieron. La fiesta de Pentecostés había tenido dos significados anteriores al de la venida del Espíritu Santo. Primero fue la fiesta de la cosecha y después el recuerdo de la entrega de la Ley. Es muy significativo que el Espíritu hubiera descendido en ese día: la ley sola mata, si viene el Espíritu podemos cumplir la ley. En Pentecostés se convirtieron 3.000 personas pero otros muchos no, ¿cómo estarían sus corazones? La tierra dura de mi corazón tiene que hacerse fértil al ser roturada por las cruces de nuestra vida. En el cenáculo el fuego del Espíritu Santo purifica, sana y libera.
A veces tenemos bloqueos que han pasado a nuestro inconsciente y que sólo desaparecen con la intercesión personal. Hemos de ser cauce de la gracia de Dios para todos los que nos rodean, los que el Señor nos encargó. Hay muchas experiencias negativas que nos bloquean y no sabemos de dónde vienen. Ojalá nosotros proyectemos santidad porque sea eso lo que llevamos dentro. La persona es un todo, alma y cuerpo. Por eso las enfermedades del alma, como la falta de perdón, ocasionan muchas enfermedades físicas.
Normalmente recibimos más daño que el que provocamos, porque hay muchas personas que pueden herirnos y nosotros sólo somos una persona. La genética está ahí, pero Dios también. Es útil la sanación inter-generacional. Tenemos nuestros condicionamientos, pero la obra de Dios es más fuerte que la genética. Cuando se acepta un resentimiento se separan el ser físico y el espiritual y el físico se descontrola. La alabanza es otro camino corto para conseguir la sanación.
Hay 4 condiciones que debe cumplir la persona que pide dirección espiritual para que esta sea eficaz:
1.       Debe tener una opción clara por la santidad
2.       Debe tener espíritu de fe en que Dios te puede hablar a través de ese director
3.       Transparencia
4.       Obediencia
Si falta alguna, la dirección no será útil. Para crecer en la vida espiritual necesitamos ayuda. Somos muy sensibles, frágiles. Necesitamos al Señor.
El que supera un rencor se desclava un cuchillo que llevaba clavado. Escuchemos la Palabra de Dios y pongamos todos los medios para que Dios esté en el centro de nuestro corazón. En una casa abandonada entran los ocupas. En un corazón sin Dios entran los pecados capitales, sobre todo tres: la lujuria, el afán del dinero y la soberbia.
Los santos hablan a la mente y al corazón. Para orar lo más importante es el silencio. Hemos de escuchar a Dios en el silencio de la contemplación y la alabanza. Hoy hay exceso de palabras, de hablar por hablar. Hay temor a “no ser normal”, a no hacer las cosas “normales”, hay miedo al qué dirán, miedo a la entrega radical a Dios.
La oración común produce milagros y nos da amor para todos. Cuando se ama, hay mucho que decir, la creatividad de Dios no se acaba.
Hemos de ser intercesores por todos para ser cauce de Dios. Hemos de renunciar a nuestros elementos de seguridad, la capacidad humana, el intelectualismo, el dinero, la posición social… San Pablo anuncia a un Cristo crucificado. Los primeros apóstoles no podían enseñar doctrina (todavía no estaba elaborada), su distintivo era el brillo de los ojos y el calor del corazón.
El Señor nos llama por el camino de la humildad. Buscar sólo la gloria de Dios es una gran liberación. Cada vez que vamos a un retiro nos sometemos a un tratamiento de “desintoxicación” del mundo.
Lo esencial de la predicación de los apóstoles es que Jesús murió y resucitó. Un cristiano se encuentra con Jesús. Hemos de propiciar este encuentro. El 90% de los europeos está sin convertir. Hemos de mostrar que Jesús está vivo, que Pentecostés continúa. Seremos creídos en proporción a nuestra coherencia. No hay método para evangelizar. El método es la confianza en Dios y la apertura al Espíritu Santo.

Se recomienda leer el libro “introducción al cristianismo” de Benedicto XVI.

   Isabel  

                      

Retiro Jóvenes