Retiro de Silencio

Retiro de Silencio. Latores. Febrero 2014

El Señor nos trae para revelarnos nuestra identidad de hijos, de rescatados.
Juan anunció la Verdad: Jesús vendría tras él con Espíritu Santo y fuego. El fuego es luz y calor, no sólo combustión. No basta saber teóricamente qué es el fuego, hemos de experimentarlo. En Pentecostés vinieron lenguas de fuego sobre los apóstoles para hacerlos testigos. En el cenáculo los apóstoles aprendían de María al verla orar, sin necesidad de que explicara con palabras lo que es la oración. De la misma forma, la Renovación no es un movimiento sino un medio por el que se renueva la Iglesia, en el que se convierten las personas. No se espera de nosotros que teoricemos sobre el Espíritu Santo, sino de que experimentemos su acción.
Orar es dejarse amar por Dios. Así recuperamos el ardor de los orígenes. No podemos perder tiempo. La eficacia de nuestra vida está en nuestro grado de docilidad al Espíritu Santo, no importa la edad, la salud, las capacidades… todo el mundo necesita a Dios, aunque no lo sepa. Muchos sólo leerán el Evangelio a través de nuestro comportamiento. Sólo evangelizan de verdad los santos. La santidad es el amor de Dios libre en el corazón. David, cuando era joven, no tenía cualidades para luchar, pero confiaba en Dios. “Contigo, Señor, somos mayoría”. La Iglesia nos ofrece 5 “piedras”, como las que usó David: el silencio, la oración, la confesión frecuente, la Eucaristía y la Palabra de Dios.
El Señor nos confió a cada uno una parte de su viña. Somos Iglesia y tenemos que volver a los orígenes, a Pentecostés. No tenemos nada, pero lo esperamos todo del Señor. La Iglesia señala a Jesús (no el camino a la Iglesia, sino a Jesús).
El Señor está sembrando. Él prepara nuestra tierra. Roturar un campo es difícil, más si fue usado como camino, si lleva mucho tiempo abandonado o si tiene piedras. No pongamos obstáculos quejándonos de nuestras circunstancias. Hemos de desconfiar de nosotros mismos, pero confiar en Dios. Si no confiamos en Dios, seremos personas religiosas, pero no cristianos verdaderos. A veces hay incoherencias en nuestra vida. Muchos nos observan, sobre todo para ver como reaccionamos ante las adversidades cuando, en realidad, las adversidades no son un problema. Recordemos que la santidad de vida es el mejor elemento evangelizador. Volviendo al punto anterior: mis circunstancias, ¿son gracia o problema para mí? Si son gracia, no nos quejemos; si son problema, ¿qué clase de oración hacemos? La gestión de las adversidades es muestra de la calidad de la oración y de la vida espiritual.
Dios se tomó muy en serio nuestra felicidad eterna. María es nuestra madre en la fe. Ella siguió confiando en Dios aun con su hijo muerto en sus brazos. Dios rotura nuestro campo para conseguir nuestra felicidad.
La santidad no es un lujo para unos pocos, es una obligación, una necesidad. La Madre Teresa, anciana, arrugada… mostraba la belleza de Dios: así es la “cosmética del Espíritu”. La santidad es un don que Dios da, es el amor de Dios en el corazón.
En Dios no hay complicación, Él hace fácil lo complicado. El primer trabajo apostólico de la Madre Teresa fue limpiar los baños de un hospital en Rusia. Lo importante no es lo que hacemos sino desde dónde lo hacemos. El gran drama de la Iglesia es la mediocridad de los cristianos. Cuando respondemos mal ante las adversidades nuestras oraciones se convierten en flores de plástico. Dios es providente, poderoso y bueno. La paz viene de Dios, pero tenemos que recibirla.
Los santos de todos los tiempos dicen lo mismo porque es el mismo Espíritu el que los mueve. La falta de confianza nos hace sufrir sin necesidad y confunde a los que nos observan. El dolor humano existe pero, vivido desde Dios, somos capaces de no encerrarnos en él y quedarnos en el sufrimiento.
Hay experiencias espirituales que algunos no pueden entender. Si son humildes, al menos se plantearán un interrogante. No hablamos de una ascética inhumana. La cruz llega sin anestesia, la superamos porque le vemos sentido. No hemos de buscarla, hemos de aceptar lo que el Señor mande.
Contemplemos la oración de Jesús y la de María. Ellos dedicaban tiempo, mucho tiempo. En la oración del Huerto Jesús no es masoquista, pide liberación, pero también pide la voluntad del Padre. No es un inconsciente, sabe lo que le viene encima, pero confía en que el Señor le sacará de esa situación.
La acción de Dios se parece a la de un padre que lleva a su hijo enfermo a ponerse una inyección. Aunque el niño no lo entienda, él sabe que es por su bien.  La oración que lleva a esta confianza debe ser: humilde, confiada, recta (buscando la voluntad de Dios), ordenada (lo primero es que el Señor reine en mí) y con fervor (sin rutina). Además, la oración común da frutos abundantes.
Contemplemos ahora la actuación de María. El Magnificat se fraguó en el sí confiado de María. Vayamos al momento histórico en el que vivió María: una chica joven, de pueblo, con poca cultura, en un momento en que un embarazo fuera del matrimonio se castigaba con la muerte. En esas condiciones, María siguió confiando. Sabía que podrían matarla a pedradas delante de la casa de sus padres. Y dijo SI. Por la falta de confianza hemos convertido la fe en una rutina religiosa. Hoy la Iglesia reconoce que lo importante es que las personas se encuentren con Cristo vivo, es decir, que experimenten un nuevo pentecostés. En la oración intercambiamos nuestra vida con Dios. En realidad, la opción de no confiar es más difícil para nosotros por las consecuencias que tiene. De la oración sale nuestro deseo de tratar bien a todos, pero eso no se improvisa: “lo que pasa en el sótano (de la oración) se proclama en la azotea”.
María no pensó en sí misma y marchó a cuidar a su prima. Su simple saludo propició la efusión del Espíritu Santo en Isabel y su hijo. La santidad de vida, la docilidad al Espíritu es lo eficaz. Así venceremos la frialdad del mundo. Isabel, por acción del Espíritu, tuvo una palabra de conocimiento, descubrió la obra de Dios en María. Cuando uno da una palabra de conocimiento para otros tiene que tener en cuenta: no pensar en sí mismo sino en el Señor y pedir la luz de Dios para que el hermano descubra qué hay en él que le bloquea.
Hay mucha gente que tiene prejuicios contra Dios y contra la Iglesia. En realidad, están rechazando la imagen que les transmitimos de ellos. Cuando transparentamos a Dios conectamos con lo más profundo de muchas personas. Lo primero que la gente necesita es el testimonio de un testigo, como cuando la Virgen saludó a Isabel.
María estuvo en Jerusalén durante la Pasión. Parecía que las promesas de Dios habían desaparecido, pero ella siguió confiando, mantuvo su SI. Igual que en Pentecostés. Allí fue madre del amor, madre de la Iglesia.
El camino del crecimiento espiritual tiene dos ramas: la mística es la apertura al Espíritu Santo; la ascética es la negación de uno mismo. Por ejemplo, si tenemos un cántaro lleno de vinagre y queremos llenarlo de miel hemos de hacer dos cosas: vaciar y lavar el cántaro (esto se hizo en la Pascua) y llenarlo con la miel (esto se hizo en Pentecostés)
El Señor nos hace comprender que nos salvamos en comunidad. El futuro de la Iglesia no será espectacular sino a través de pequeñas comunidades que transparenten al Señor. El mundo enseña que las cosas importantes requieren mucho andamiaje. En cambio, las cosas importantes de Dios son muy sencillas, como en el Nacimiento, en el Calvario o en Pentecostés.
El Señor  busca personas que se sientan pequeñas. Dios se vuelca en los humildes. En el siglo XVI la Virgen (de Guadalupe) se apareció a un indio analfabeto. Por entonces se dudaba si los indios serían animales. El indio Juan Diego de Tepeyac pedía a la Virgen de Guadalupe que se apareciese a otro porque a él no le iban a creer. El manto de la imagen de la Virgen estaba lleno de simbología que entendían los indios. A consecuencia de la ayuda de la Virgen, en 10 años muchos indios se convirtieron al cristianismo. En Lourdes, Bernardette era pequeña, pobre, poco dotada intelectualmente. Y lo mismo pasó en Fátima.
Aprovechemos los cenáculos de nuestros grupos para amar a los hermanos con el amor de Dios. David también fue elegido siendo pobre. Lo cierto es que somos pobres de solemnidad. Para David era más importante Dios que el prestigio del rey. También nosotros hemos de tener predilección por los pobres y humildes.
La Palabra de Dios es Espíritu Santo, sólo llega a un corazón abierto. A Jesús muchos no le entendieron. La fiesta de Pentecostés había tenido dos significados anteriores al de la venida del Espíritu Santo. Primero fue la fiesta de la cosecha y después el recuerdo de la entrega de la Ley. Es muy significativo que el Espíritu hubiera descendido en ese día: la ley sola mata, si viene el Espíritu podemos cumplir la ley. En Pentecostés se convirtieron 3.000 personas pero otros muchos no, ¿cómo estarían sus corazones? La tierra dura de mi corazón tiene que hacerse fértil al ser roturada por las cruces de nuestra vida. En el cenáculo el fuego del Espíritu Santo purifica, sana y libera.
A veces tenemos bloqueos que han pasado a nuestro inconsciente y que sólo desaparecen con la intercesión personal. Hemos de ser cauce de la gracia de Dios para todos los que nos rodean, los que el Señor nos encargó. Hay muchas experiencias negativas que nos bloquean y no sabemos de dónde vienen. Ojalá nosotros proyectemos santidad porque sea eso lo que llevamos dentro. La persona es un todo, alma y cuerpo. Por eso las enfermedades del alma, como la falta de perdón, ocasionan muchas enfermedades físicas.
Normalmente recibimos más daño que el que provocamos, porque hay muchas personas que pueden herirnos y nosotros sólo somos una persona. La genética está ahí, pero Dios también. Es útil la sanación inter-generacional. Tenemos nuestros condicionamientos, pero la obra de Dios es más fuerte que la genética. Cuando se acepta un resentimiento se separan el ser físico y el espiritual y el físico se descontrola. La alabanza es otro camino corto para conseguir la sanación.
Hay 4 condiciones que debe cumplir la persona que pide dirección espiritual para que esta sea eficaz:
1.       Debe tener una opción clara por la santidad
2.       Debe tener espíritu de fe en que Dios te puede hablar a través de ese director
3.       Transparencia
4.       Obediencia
Si falta alguna, la dirección no será útil. Para crecer en la vida espiritual necesitamos ayuda. Somos muy sensibles, frágiles. Necesitamos al Señor.
El que supera un rencor se desclava un cuchillo que llevaba clavado. Escuchemos la Palabra de Dios y pongamos todos los medios para que Dios esté en el centro de nuestro corazón. En una casa abandonada entran los ocupas. En un corazón sin Dios entran los pecados capitales, sobre todo tres: la lujuria, el afán del dinero y la soberbia.
Los santos hablan a la mente y al corazón. Para orar lo más importante es el silencio. Hemos de escuchar a Dios en el silencio de la contemplación y la alabanza. Hoy hay exceso de palabras, de hablar por hablar. Hay temor a “no ser normal”, a no hacer las cosas “normales”, hay miedo al qué dirán, miedo a la entrega radical a Dios.
La oración común produce milagros y nos da amor para todos. Cuando se ama, hay mucho que decir, la creatividad de Dios no se acaba.
Hemos de ser intercesores por todos para ser cauce de Dios. Hemos de renunciar a nuestros elementos de seguridad, la capacidad humana, el intelectualismo, el dinero, la posición social… San Pablo anuncia a un Cristo crucificado. Los primeros apóstoles no podían enseñar doctrina (todavía no estaba elaborada), su distintivo era el brillo de los ojos y el calor del corazón.
El Señor nos llama por el camino de la humildad. Buscar sólo la gloria de Dios es una gran liberación. Cada vez que vamos a un retiro nos sometemos a un tratamiento de “desintoxicación” del mundo.
Lo esencial de la predicación de los apóstoles es que Jesús murió y resucitó. Un cristiano se encuentra con Jesús. Hemos de propiciar este encuentro. El 90% de los europeos está sin convertir. Hemos de mostrar que Jesús está vivo, que Pentecostés continúa. Seremos creídos en proporción a nuestra coherencia. No hay método para evangelizar. El método es la confianza en Dios y la apertura al Espíritu Santo.

Se recomienda leer el libro “introducción al cristianismo” de Benedicto XVI.

   Isabel