La Intercesión
Inmacuadala Moreno.
Oviedo y Llanes. Marzo 2013
La intercesión implica un doble movimiento: acoger y elevar.
La llamada a la intercesión es un regalo, uno de los muchos que nos hace Dios y
que a veces no valoramos. La primera
actitud del intercesor es la de agradecer el amor del que regala y el propio
regalo.
II Cor 4,7: “llevamos este tesoro en vasijas de barro”.
Esto es así para que no haya duda de que la gracia es de Dios. Cada intercesor es una vasija de barro
con grietas (nuestro pecado). El intercesor, aunque pecador, está llamado a ser
fervoroso, a caminar hacia la santidad, en coherencia con la Iglesia, sin
mediocridad (para no escandalizar a los hermanos). Las
vasijas portan un tesoro que es la interioridad del hermano, su afectividad, sus sentimientos, sus heridas mal curadas
(injusticias, falta de amor familiar…). Hemos de tener mucha responsabilidad y
respeto ante este tesoro. Por eso los intercesores necesitan formación: para ir
adquiriendo la experiencia espiritual que les da la sabiduría de Dios, para
conocer los tipos de heridas que pueden sufrir los hermanos y para saber cuáles
son las buenas actitudes que debe tener un intercesor.
Hay dos tipos de intercesión: la general (por las necesidades del mundo)
y la personal (por personas
concretas). Todos estamos llamados al primer tipo de intercesión pero sólo
hermanos discernidos por la comunidad pueden servir en la intercesión personal.
La intercesión es un arma capaz de acabar con los conflictos
mundiales. En ella se liberan muchos corazones, es como una onda expansiva de
bondad. Las guerras empiezan en el corazón de las personas. Sólo si se sanan
los corazones se acaban las guerras.
En la intercesión no
tenemos que estar preocupados por aconsejar ni tratar de forzar los tiempos
de Dios. Hemos de hablar poco, orar mucho y amar siempre.
Lc 5, 27. Los milagros que hace el Señor en los corazones,
como la capacidad para perdonar, son mayores que las sanaciones físicas. Los
“grandes” de la tierra no se enteran de los milagros que se producen en los
corazones de los hijos de Dios. La intercesión produce liberación de vicios y
hábitos. No es el sacramento de la confesión, primer canal de gracia, pero sí
conduce a él. Lc 8,43. El intercesor
conduce al hermano hacia Jesús, a que toque el borde su manto. En la
oración de intercesión consolamos a Jesús presente en el hermano desconsolado.
Esta oración da paz al triste y al propio intercesor.
El intercesor debe estar reconciliado con el Señor antes de
orar por otros. Es importante orar en lenguas porque el Espíritu sabe mejor que
nadie lo que el hermano necesita.
Como criterios básicos
para discernir hermanos intercesores se pueden señalar:
-
Que
sea una persona equilibrada psicológicamente, prudente y humilde
-
Que
lleve una vida coherente con el Evangelio
-
Que
el hermano sienta la llamada
-
Con
cierta formación y experiencia espiritual
-
Debe
ser persona obediente, que no vaya “a su bola”
Jn 2. Las bodas de Canaán. María ve nuestras necesidades,
nuestra falta del vino nuevo del Espíritu. Jesús dice que aún no ha llegado su
hora, pero es incapaz de negar nada a María, y ella lo sabe.
Cada intercesor es como una de esas tinajas. Sólo podemos
llenarlas de agua, es lo que tenemos. Realmente, ¿qué podemos poner nosotros
para servir en intercesión? Sólo nuestro deseo
de servir a Dios dócilmente.
También hay cosas que
No debemos poner en esas tinajas:
-
La
curiosidad. Por ejemplo, si alguien
pide oración porque acaba de sufrir una separación, no debemos hacerle
preguntas, “escarbar” en la herida. El hermano es tierra santa.
-
El
seguir un “recetario”, una rutina.
Hemos de dejar actuar al Espíritu Santo. El intercesor tiene que tener entrañas
de amor y misericordia. Este mundo clama por el amor de Dios. El amor se
contagia, es como el perfume que desaparece para esparcirse, impregnándolo
todo. O como el incienso que se quema y se eleva.
Dios hace una alianza
con cada hombre,
esté como esté. Hemos de tener esto presente ante cada hermano, aunque no esté
bautizado, aunque… Oseas se casa con una prostituta que representa a todos los
hijos de Dios. El señor no nos quita nunca el anillo de la alianza. Aunque la
malicia parezca grande, mayor es el amor de Dios por cada persona. El rey David
comete adulterio y asesinato. Sin embargo, reconoce su pecado y se arrepiente.
Lc 15. Como
intercesores, hemos de tener las actitudes del Padre del hijo pródigo. El cristiano es realista, consciente del
poder destructor del mal, de la guerra, de la injusticia, del escándalo de los
poderosos… pero sabe que aun mayor es la misericordia del Padre. El hijo
pródigo no volvió por arrepentimiento sino porque ya no tenía qué comer. El
Padre abraza la miseria del hijo: no le pide cuentas (del dinero, de la honra
de la familia…), sencillamente, le llena de besos.
El intercesor necesita conocer el tipo de heridas que pueden presentar los hermanos:
-
La
gente tiene hambre de Dios. Por prejuicios, no lo busca en la iglesia sino en
realidades descafeinadas que les hacen perder el verdadero camino. La experiencia espiritual sin Cristo
produce destrucción difícil de restaurar. Hay lacras que se llevan toda la
vida.
-
El
hermano puede tener dañada su psicología,
muchas vecen en relación a la culpa. El que se aleja de Dios tiene herida su
mente, hay bloqueos producidos por el desamor, la falta de protección, de
compañía. Hoy hay niños que están abandonados, no en hospicios, sino en su
propio hogar. Los chicos juegan con la sexualidad y se les incapacita para el
compromiso.
Esto pasa en todas las generaciones y sólo lo puede reparar
la misericordia de Dios. Todos los hombres pueden ser rescatados por el Señor.
La comunión de los santos hace que la oración llegue allí donde se necesita.
Hemos de amar a los más alejados, amando en él lo que tiene de presencia de
Dios. En nuestros grupos falta acogida a los que vienen de lejos, respetando el
proceso que Dios tiene con ellos. Muchos vienen de “muy lejos”, no se ajustan a
nuestros moldes y hemos de acompañarles. El que lleva, debe sentir que llega a
su hogar, que organizamos una fiesta para él.
Para dar misericordia hemos de acogernos también nosotros a
la misericordia de Dios. El signo de la
misericordia de Dios es la cruz. En ella Jesús toma toda nuestra miseria
humana, Él es el gran mediador entre Dios y los hombres. En Hebreos 4 se nos invita a acercarnos al trono de la
gracia para recibir la gracia, que es la vida de Dios en nosotros. El trono de
la gracia es la cruz de Jesús. En el salmo 63,4 se dice “tu gracia vale más que
la vida”. El intercesor desea que su vida sea un canal de gracia para otros.
Más distancia que hay entre nosotros y las hormigas la hay entre Dios y
nosotros. Jesús media.
Un intercesor se ofrece
como ofrenda junto con Jesús. En la vida podemos hacer muchas cosas grandes a los ojos de
los hombres. Sólo seremos fecundos si nos ofrecemos al Señor con Jesús. En el
Antiguo Testamento se ofrecían sacrificios de animales, esa sangre se
consideraba reparadora. Ahora tenemos un cordero pascual que nos libera del
mal. Aquí entramos en la espesura del misterio, ¿hasta dónde ha de llegar la
entrega? ¿Qué podemos entregar?
-
La
enfermedad, las limitaciones físicas… parecen que nos impiden vivir, pero un
enfermo que entrega su sufrimiento vive en paz, su enfermedad es para bien. El
sufrimiento no es para amargarnos sino para descubrir el amor más
profundamente.
-
Nuestras
experiencias de fracaso: tanto esfuerzo para nada, la conversión de los
familiares que no llega… Jesús fracasó humanamente hablando: murió solo en una
cruz. Todo se desmorona para que descubramos que sólo Dios basta. Hay
cristianos perseguidos que sólo tienen a Dios.
-
También
podemos ofrecer nuestras propias heridas, limitaciones, cansancios… la muerte
es un acto de ofrenda de toda nuestra vida al Señor.
El fruto de una vida ofrecida es un corazón disponible, “aquí estoy, Señor,
para hacer tu voluntad”, “con esto que me das, ¿qué quieres que haga por ti?”.
El intercesor no dice palabras bonitas, se ofrece. Nosotros creemos en Jesús
porque Él ha dado su vida por nosotros, se ha implicado hasta el extremo.
Isabel