Retiro de silencio. Latores (Asturias). Febrero 2013
P. José Antonio
Todo es gracia. Cuando vivimos esto tenemos verdadera paz interior.
Estamos llamados a vivir en la confianza. Ese es el camino estrecho. La paz del
alma es proporcional a la confianza que tangamos en Dios. La confianza es el
recipiente en el que se recoge la misericordia de Dios.
El verdadero regalo que agrada a
los demás es que seamos Jesús mismo para ellos, aunque ni siquiera lo sepan.
A partir de este retiro, queremos que el resto de nuestra vida sea
para la Gloria
de Dios. Una buena manera de conseguirlo es empezar cada día leyendo el
evangelio correspondiente. La
Palabra de Dios es espíritu y vida, debemos acogerla como
tierra fértil y meditarla a lo largo del día. Nuestra aportación es desear que
se haga en nosotros Su voluntad.
También hemos de evitar ser como
Marta, la hermana de María, la que tenía mucho que hacer. Su tarea le daba
seguridad en sí misma, padecía “activismo” o “pelagianismo”, una herejía
antigua que consiste en ponerse uno en el lugar de Dios. Nosotros estamos
llamados a no olvidar la oración, sabiendo que orar es intercambiar la vida con Dios, le damos la nuestra y Él nos
da la suya. En esa oración, lo primero que se ve es nuestro pecado de modo que
ya no nos ocupamos de lo malo de los demás. Cuidado con estar ocupados en las
cosas de Dios, pero sin Dios. Nuestra vida y nuestra oración son dos caras de
la misma moneda, no pueden ir separadas. Es más importante ser que hacer,
porque lo que se hace refleja lo que se es. No se puede sacrificar la vida
espiritual por todo lo que hay que hacer. Además, la eficacia de lo que hacemos
está en nuestro grado de santidad. Lo importante no es lo que hacemos sino lo
que le dejamos hacer a Dios.
El Espíritu Santo nos recuerda lo
que ya sabemos para que el corazón lo asimile. Desde el corazón convertido se ilumina la mente. Un hombre no puede
convencer a otro hombre, sólo Dios toca los corazones. Se trata de hablar de
Dios desde Dios, así las palabras tienen otra densidad de modo que las cosas de
Dios se contagian, no se enseñan. Necesitamos tiempo de oración. Cuando nos
critiquen por “perder así el tiempo” no tenemos que dar explicaciones porque lo
importante son las consecuencias que se derivan de ello.
La calidad de nuestra vida espiritual se demuestra en nuestra respuesta
ante las adversidades. Aunque estuviéramos rodeados de demonios no estaría
justificado que faltáramos a la caridad. Hemos de reaccionar con caridad,
incluso cuando no se reconoce que nosotros tenemos razón.
Tenemos la responsabilidad de ser
testigos. La Iglesia
nos dice que evangelizar es propiciar ámbitos en los que se viva la presencia
de Dios para que las personas que se acerquen puedan encontrarse allí con Él.
Serían como invernaderos en los que vivir la vida de Dios fuese lo normal, en
verdadera caridad. Cualquier falta de caridad es grave porque puede
escandalizar a otros. Tenemos que tener claro qué buscamos: ser dóciles al
Espíritu, abrirnos a él para llegar a ser Jesús. El pobre sabe que necesita de
Dios y de los hermanos. La comunidad es
inteligente, lo que uno no sabe lo sabe otro. No hemos de mantener una
“mentalidad de éxito”, sino sembrar; otros recogerán.
Reflexiones sobe el pasaje de la Samaritana
La samaritana estaba tan herida
que no podía reconocer a Jesús, aunque lo tenía delante. El diálogo con el Amor
la sanó.
La confesión frecuente es
necesaria. A veces no sabemos de qué confesarnos. En estos casos, preguntemos a
los que conviven con nosotros. El pecado va sofocando el fuego del Espíritu,
las cenizas lo apagan. No importa quién sea el sacerdote, lo que importa es
nuestra humildad y sinceridad. El pecado frecuente es una puerta de entrada al
enemigo. Diablo quiere decir “el que divide”, nos separa de Dios y unos de
otros. Por eso la división entre hermanos es un escándalo. El pecado es el
reino del demonio. A través de él nos domina.
La samaritana ha sido elegida
como modelo de evangelizadora por nuestra Conferencia Episcopal. Al principio
de la conversación con Jesús muestra un odio “racial” que le lleva incluso a
negar el agua a Jesús. Jesús no responde poniéndose a su altura, comprende que
ella no tiene experiencia de Dios. Jesús usa con ella el don de conocimiento.
En ese momento, ella cambia de actitud.
En esa breve conversación Jesús
cura y envía su Espíritu. La persona tocada por Dios arrastra a otros hacia Él.
Hemos de tomarnos en serio nuestra vida espiritual. Si no lo hacemos así, somos
un fraude para los demás.
Al Señor no le escandalizan
nuestros pecados. También hemos de estar atentos a otras “puertas abiertas al
enemigo” que no se suelen considerar pecado: los complejos, los resentimientos
(“a nadie debas más que amor”), los pensamientos tristes (muchas veces del
pasado), el ocultismo, las terapias…
Reflexiones sobre Pablo
Pablo empezó siendo un terrorista
religioso. Cuando se encontró con Cristo resucitado empezó una vida nueva para
él. Necesitamos recuperar el ardor de los orígenes. El primer fruto del
Espíritu fue el amor entre los apóstoles. La gente, al verlos, quería lo que
ellos tenían.
Hoy se nos invita a ofrecer
continuamente un sacrificio de alabanza. A veces es un verdadero sacrificio,
cuando hay enfermedad, nuestros hijos no creen…
El cristianismo es una vida, no
algo que se aprende. Hemos de ayudarnos mutuamente porque esos son los
sacrificios que agradan a Dios.
No tenemos que ser cristianos
mediocres. Una forma de conseguir esto es a través de la obediencia: obedecer
incluso aunque nos manden mal. Así aprendemos a negarnos a nosotros mismos y
garantizamos la acción de Dios. Sin obediencia humilde no hay crecimiento
espiritual. Al final de la vida nos examinarán del amor. La comunidad discierne
si hay incoherencias en mi vida. No estemos plenamente seguros de nosotros
mismos, sino dispuestos a la corrección.
Nuestro grupo no es un grupo de
perfectos. Dios lo conoce. En vez de juzgarlo debemos pensar que las cosas
están como están porque yo no soy más santo. Se trata de amar con el amor de
Dios. No debemos actuar cuando hay animosidad, “en caliente”. Es Dios quien ama
en nosotros, no tenemos que imitar a nadie. En una ocasión dio a entender que
había personas con las que no podía hacer nada porque “sólo se ocupan de los
fallos de los demás y no de los suyos”. La murmuración representa una falta de
fe.
Reflexiones sobre la pesca milagrosa
A veces necesitamos situaciones
límite para comprender que no podemos nada. Sólo desde la humildad encontramos
la salida. Pedro y sus compañeros confiaban en sus habilidades como pescadores,
mientras que Jesús era hijo de un carpintero. Ese día no había pesca pero Pedro
dice “por tu palabra echaré las redes”.
Hoy día, en la práctica, se niega
el dogma de la primacía de la Gracia. La eficacia está en la docilidad al
Espíritu. Juan Pablo II nos dijo que nos esperaba trabajar apoyados en la
oración, creyendo en la primacía de la Gracia. Hemos de usar todos nuestros
recursos, pero sin Cristo no podemos hacer nada. La oración nos hace vivir la
primacía de la vida espiritual y la santidad. Cuando no se observa este
principio es normal que los proyectos fracasen. Se nos pide un renovado
compromiso de oración.
Dios no nos pide que demos
consejos, sino que seamos santos. No privemos a nuestros contemporáneos de la
experiencia de Dios a través de nuestro amor sincero. La negación de uno mismo
da cauce al Espíritu.
Pedro y sus compañeros llenaron
la barca y compartieron la pesca con otros compañeros.
Isabel